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La magia y los juegos de rol (parte 1 de 2)

Saludos a todos. Como ya dije, hoy empezamos con el material que quedó pendiente antes del parón veraniego y qué mejor forma de empezar sino es con un artículo de mi muy estimado colaborador, amigo y bibliotecario de lo oculto en sus ratos libres, el Sr. Magus (saludo, saludo); en este caso hoy nos trae un más que interesante artículo sobre la magia y los juegos de rol que espero que os guste tanto como me gustó a mi cuando cayó en mis manos y ya sin más preámbulos...


HÁGASE MI VOLUNTAD: LA MAGIA Y LOS JUEGOS DE ROL

La gente cree que soy humilde, pero están equivocados. Lo que pasa es que no me importa que ignoren lo poderoso, sabio y guapo que soy.
-El mago Merlín en “La Búsqueda del Grial”

Magia: f. Arte, técnica o ciencia oculta con que se pretende producir fenómenos extraordinarios, contrarios a las leyes naturales, valiéndose de ciertos actos o palabras o con la intervención de espíritus o genios.

Pues ante la presente crisis estaba haciendo cábalas de cómo llegar a fin de mes cuando de repente pensé: “¿Y si escribo un artículo sobre la magia y los juegos de rol para Baúl Bizarro?”.

Así que en el día de hoy daremos un repaso a un elemento que ha tenido gran importancia en muchos juegos de rol, tanto en un papel protagonista como secundario, y que ha dado lugar en la cultura popular a nombres y figuras tan conocidas como Circe, Merlín, Urganda la Desconocida, Fausto o el Gran Tamariz.

La magia, hechicería, brujería, o como quiera llamarse consiste en una capacidad para controlar el mundo y las leyes naturales en sus diversos ámbitos mediante medios paranormales o sobrenaturales. Esta capacidad se manifiesta culturalmente de formas muy diversas y a menudo relacionadas con conceptos religiosos, científicos o pseudocientíficos. Debido a su propia definición, la magia a menudo entra en conflicto con los sistemas de creencias y la ciencia ortodoxas, pero en algunos casos y períodos esos mismos sistemas aceptan fórmulas, rituales y ceremonias que pueden considerarse como “mágicos”.

El término magia tiene un significado incierto, aunque parece proceder del término griego “mágos”, con el que se hacía referencia o bien a uno de los pueblos del Imperio persa o a los astrólogos y sacerdotes caldeos de Zoroastro que realizaban “ritos impíos” según la visión de los autores griegos.

Por su parte, el sinónimo “hechicería” parece proceder del latín vulgar “sortiarius”, relacionado con “sors” (destino, suerte), y que se refiere a alguien capaz de influir en el destino. La palabra “hechicero” no aparece hasta bien avanzada la Edad Media.

Desde sus orígenes la magia aparece estrechamente vinculada a la religión, de tal forma que a menudo es difícil distinguirlas, incluso el mismo origen de la palabra está asociado a los sacerdotes del zoroastrismo, pero no se trata de un caso único. Las religiones del mundo antiguo tenían componentes mágicos para invocar la voluntad de los dioses o de espíritus menores, mediante el uso de palabras, bastones, varitas y elementos animales, vegetales y minerales, rituales, símbolos y círculos, que serán transmitidos a los practicantes posteriores. Esta situación se encuentra especialmente en el chamanismo primitivo, antecesor de la religión organizada. La magia tenía representación en la vida cotidiana y las plegarias y oraciones se mezclaban con fórmulas y ritos con los usos más diversos: proteger a los niños, hacer crecer las cosechas, invocar la lluvia, lanzar maldiciones sobre los enemigos, conocer el futuro, comunicarse con los muertos y los espíritus etc.

Pero frente a las fórmulas cotidianas surgieron individuos especializados en la manipulación de las fuerzas materiales, bien aceptados en la casta sacerdotal o religiosa de las diferentes sociedades o al margen, y que a menudo se convirtieron en objeto de persecución. Lo que separa al sacerdote del mago a menudo es que el primero suplica la intervención de las deidades con la cooperación de la comunidad en la que habita mientras que el mago manipula las fuerzas cósmicas según su propio deseo o el de sus clientes.

Los antiguos egipcios eran un pueblo muy supersticioso y elaboraron numerosas fórmulas asociadas a las deidades para manipular su entorno, pero también para afectar a los eventos del mundo de los muertos. Incluso crearon hechizos para engañar a la Balanza de la Justicia en el más allá y asegurarse una posición dichosa.

Ya en la antigua Grecia, dentro del relato de “La Odisea” aparece la figura de la maga Circe “hermana del mago Aetes, ambos hijos del Sol y de Perse, hija del océano”, que convierte en cerdos a los compañeros del héroe Ulises con su varita, y que le aconseja cómo regresar a casa consultando a las sombras de los muertos. Medea es otra figura femenina similar que practica la magia, y ambas magas parecen utilizar las plantas como base de su poder. El dios griego Hermes se convierte en la deidad que revela el secreto de las artes mágicas. Algunos filósofos griegos como Pitágoras y Empédocles también eran considerados usuarios de la magia. En sus obras filosóficas Platón reconocía la existencia de los magos y hechiceros, aunque los consideraba una clase inferior en su sociedad perfecta.

El interés de los griegos por la magia se incrementó durante el período helenístico, multiplicándose los textos, teorías y tradiciones mágicos, e iniciándose una progresiva sistematización. Las fórmulas y recetas místicas adquieren progresivamente una complejidad similar a fórmulas médicas y científicas para obtener determinados efectos. Por lo general el uso de la magia era tolerado, salvo cuando es utilizado para fines criminales (maldiciones).

Los romanos tomaron de los griegos gran parte de sus conocimientos y tradiciones mágicas, y como ellos la consideraban un arte peligrosa y poco fiable, y fueron menos tolerantes con quienes la practicaban, por lo que su tratamiento literario suele ser negativo, incluso un desafío a los dioses. Sin embargo, parece que resultaba bastante corriente en la sociedad romana la consulta de magos y hechiceras. El interés por la magia no escapa a las élites, y algunos emperadores y sus familias llegan a consultar a diversos practicantes de la magia, bien seguidores de la religión oficial, o procedentes de otras culturas. Plinio el Viejo incluso afirma que el emperador Nerón llegó a estudiar magia, aunque nunca llegó a hacer ningún acto destacable, pero en resumen la considera un arte peligroso que contiene “sombras de verdad”. Según Plinio, que describe distintos tipos de hechiceros en Roma y de otras culturas, como los druidas de la Galia, la magia se divide en tres ámbitos: curación, ritualismo y astrología. En general puede decirse que los romanos consideraban “magia” las prácticas sobrenaturales que no eran aceptadas, y las prácticas mágicas que sí lo eran se consideraban tradiciones o ritos de las religiones del estado.

En el período romano destaca la figura de Apolonio de Tiana (40 – 120 d.C.) un viajero asceta considerado por muchos como un nuevo Pitágoras. De acuerdo con las fuentes de la época, Apolonio viajó por el mundo conocido, llegando hasta la India. Se le atribuyen numerosos hechos milagrosos, como acabar con las plagas y expulsar a espíritus malignos. Muchos amuletos de la época eran atribuidos a su autoría.

La tradición judía a menudo atribuye a varios personajes bíblicos diversos poderes, aunque siempre concedidos por el intermedio de Yahvé. Moisés se enfrenta a los magos de Egipto en un duelo de poderes y el rey Salomón se convierte en toda una referencia para místicos de época posterior. Los diversos autores judíos no se ponen de acuerdo sobre la actitud frente la magia, considerándola benéfica o maligna en función de los elementos utilizados para activarla.

El auge de la magia grecorromana se encuentra con la oposición del cristianismo. Y sin embargo, la figura de Jesús de Nazareth está rodeada de numerosos símbolos y significados mágicos: el nacimiento de una virgen, el enfrentamiento y expulsión de demonios, y en las primeras épocas del cristianismo, los romanos consideraban a Jesús y a los cristianos practicantes de magia. Sin embargo, pronto la Iglesia cristiana comienza a fijar un límite claro entre sus prácticas y la magia, como muestra el rechazo de San Pedro a Simón Mago.

Desde que en el siglo IV el cristianismo se convierte en religión del estado la magia en general es rechazada por la Iglesia, que pasa a considerarla parte de las prácticas paganas que permanecen extendidas entre la religión popular a lo largo del período medieval. Al mismo tiempo las tradiciones mágicas creadas durante el período grecorromano comienzan a mezclarse con el dogma y las tradiciones cristianas. En ocasiones la Iglesia incluso llega a asumirlas en la ortodoxia de forma deliberada, como los “juicios divinos” y la veneración de reliquias sagradas. Las reliquias adoptan la función de amuletos y las diversas iglesias compiten por adquirirlas, al mismo tiempo que los santos “adoptan” milagros atribuidos anteriormente a magos y sacerdotes paganos.

Desde el siglo XIII la Cábala judía, un sistema ocultista que utiliza diversas fórmulas y símbolos para invocar la intervención divina y de los ángeles ejerce influencia sobre los sistemas esotéricos del cristianismo, dando lugar a la aparición de los primeros grimorios y al ocultismo académico que se desarrollan en la magia del Renacimiento. La demonología y la angeleología asumen que la vida puede ser influenciada mediante rituales sagrados, animando al mago (o teúrgo) a fortalecer su poder mediante el ayuno, la oración y los sacramentos y a utilizar los nombres sagrados de Dios para utilizar su poder para obligar a los demonios y ángeles a aparecer y cumplir su voluntad. Entre los practicantes de la magia de la época destacan Johannes de Sacrobosco, Guido Bocatti, Miguel Scoto y otros.

Ya durante el Renacimiento, período que ve un resurgimiento del interés por la cultura clásica grecorromana, inevitablemente surge un interés por la magia de la época, que provoca la aparición de tratados herméticos y neoplatónicos de magia ceremonial, bien traducciones genuinas de las obras clásicas o falsificaciones. La alquimia, introducida por los árabes, es progresivamente despojada de sus elementos esotéricos y místicos, y se convierte en la predecesora de la química, la astrología es sustituida por la astronomía, y el desarrollo de las primeras teorías médicas, van desterrando progresivamente la influencia de la magia sobre la cultura. En 1456 Johannes Hartlieb publica el listado de las siete “artes magicae” o “artes prohibitae”: nigromancia, geomancia, hidromancia, aeromancia, piromancia, quiromancia y escapulomancia. Al mismo tiempo entre los practicantes de la magia hubo debates e incertidumbre para distinguir las prácticas “correctas” de la vana superstición y del ocultismo blasfemo. Las tensiones intelectuales y espirituales terminarían provocando una auténtica “caza de brujas” reforzada por los tumultos de las guerras de religión, especialmente en el Sacro Imperio Germánico, Inglaterra y Escocia.

Pero a pesar del ascenso del pensamiento científico, que todo hay que decirlo, tenía un alcance muy limitado en la sociedad, el estudio mágico y ocultista continuó siendo una práctica intelectual y respetada hasta bien entrado el siglo XVII. Aunque Isaac Newton es recordado por sus teorías científicas, es menos conocido por sus tratados sobre alquimia y magia. Algunos autores lo consideran “el último de los grandes magos”. Sólo con el auge de la Ilustración el conocimiento fue dividido en la categoría moderna de “ciencias naturales” frente al ocultismo y las supersticiones, aunque la creencia en la magia y la brujería sigue estando extendida hasta bien entrado el siglo XVIII, e incluso permanecerá en determinadas capas sociales y lugares apartados hasta hoy en día. En 1701 Christian Thomasius afirmó que no tenía sentido considerar un crimen el pacto con el diablo, ya que era imposible cometerlo, pero todavía se encontró con una firme oposición.

El auge de la ciencia y la razón inevitablemente provocó una crisis espiritualista que finalmente se manifestaría en un renovado interés y búsqueda de espiritualidades exóticas, sobre todo durante el Romanticismo. El colonialismo europeo puso a los occidentales en contacto con la India y Egipto, y antiguas culturas que habían elaborado importantes textos mágicos. A finales del siglo XIX surgieron gran número de sociedades mágicas en Europa, incluyendo la “Orden Hermética del Amanecer Dorado” o Golden Dawn, la Sociedad Teosófica y las diversas variantes esotéricas de la Masonería. La Golden Dawn representó quizás el símbolo más conocido de esta moda de la magia, atrayendo a celebridades culturales de la época como William Butler Yeats, Algernon Blackwood. De la Golden Dawn también surgiría la figura de Aleister Crowley, considerado por muchos el mago más importante del siglo XX y que consideraba la magia como “la ciencia y arte que provoca el cambio en función de la voluntad”.

El interés por la espiritualidad alternativa, con altibajos, se mantiene a lo largo de todo el siglo XX, con una auténtica diversificación de las prácticas mágicas, bien mediante la recuperación o influencia de prácticas y tradiciones mágicas antiquísimas o mediante amalgamas o sistemas creados por individuos concretos. El neopaganismo y la combinación de magia y religión en diversas sectas esotéricas también atrajeron a curiosos interesados en las artes mágicas.

Actualmente la creencia en la magia a menudo es considerada superstición y fraude, aunque es necesario decir que estas prácticas en ocasiones utilizan principios psicológicos que provocan cambios personales en el propio practicante. De la misma forma que la magia ha tomado elementos de las religiones establecidas y viceversa, en los últimos tiempos también ha tomado elementos de ciencias aceptadas como la psicología, la psiquiatría y la medicina, aunque el pensamiento científico ortodoxo rechaza las prácticas mágicas y esotéricas.

Este breve repaso a la historia de la magia es eminentemente eurocéntrico, por lo que merece la pena repasar que se trata de un elemento cultural extendido por todo el mundo, con muy diversas interpretaciones y visiones. Diversas corrientes y escuelas místicas del taoísmo, confucianismo o budismo aconsejan determinadas prácticas y fórmulas para alcanzar la iluminación espiritual, la inmortalidad física o diversos efectos sobre el mundo cotidiano. En Asia, África, América y Oceanía, se han desarrollado muchas tradiciones chamánicas, religiosas y esotéricas que se han desarrollado en el aislamiento o se han mezclado sincréticamente con otras: fakires, yoghis, hechiceros vuduistas y otros también han dado lugar a una serie de figuras arquetípicas capaces de realizar actos sobrenaturales.


LA MAGIA EN LA LITERATURA

La creencia sobrenatural inevitablemente conlleva un reflejo en las diversas culturas, y más allá de los documentos cotidianos y los textos relacionados con la magia, desde los orígenes de la escritura existen relatos literarios y religiosos en los que aparecen personajes que pueden manipular las fuerzas de la naturaleza a su antojo, bien por un nacimiento divino, un linaje sobrenatural o por la posesión de conocimientos especiales. Por esta razón la presencia de la magia en la literatura podría abarcar toda una tesis académica, por lo que me limitaré a repasar algunos elementos importantes.

En la antigüedad, las ya mencionadas Circe y Medea representan a los magos como figuras femeninas poco fiables, capaces de realizar grandes hechizos, pero al mismo tiempo peligrosas. Esta figura se perpetúa en la bruja medieval, y la brujería, y salvo excepciones como en Rusia, se convierte en un arte predominantemente femenino. Aunque las figuras masculinas que practican la magia suelen mostrar un rostro más “benévolo” y aceptado socialmente, tampoco escapan a la sospecha. La literatura feminista del siglo XX presenta un revisionismo de la magia femenina desde una luz positiva, como aparece en la saga artúrica de “Las Nieblas de Avalón”.

Pero sin duda el personaje literario que personifica la figura del mago occidental como sabio obrador de prodigios es la figura de Merlín, compañero y consejero inseparable del rey Arturo y los Caballeros de la Mesa Redonda. Ahora bien, aunque los relatos artúricos tal y como los conocemos tienen un origen medieval, sobre todo a partir de la obra de Chrétien de Troyes, poseen raíces e influencia de origen céltico, bajo los elementos cristianos introducidos en la época en que se escribieron. Pero centrándonos en la figura de Merlín, bien como hijo del diablo, druida, obispo o cualquiera de las formas literarias que ha asumido, en él se resumen todos los elementos del estereotipo del mago: un sabio o erudito que conoce artes desconocidas que puede utilizar a su voluntad. El Romanticismo del siglo XIX vestirá a Merlín con muchos de los elementos con que actualmente es conocido: aspecto venerable y anciano, vestiduras amplias, bastón, etc. Con el tiempo trascenderá su relato original, siendo recuperado y reinterpretado en obras muy posteriores. Su figura será modelo para otros muchos magos de la literatura medieval, especialmente en la novela de caballería, y varios siglos después en la literatura fantástica, en otros folklores existen otras figuras similares a Merlín, aunque menos conocidas.

Los relatos de las “Mil y Una Noches”, si bien no siempre presentan la figura del mago, sí que están imbuidos de fantasía y magia en la forma de objetos y criaturas maravillosos que han llegado a la cultura popular: anillos y lámparas mágicas, genios, alfombras voladoras, etc. Estos relatos proceden de tradiciones orientales muy diversas, aunque debido a la influencia del Islam, el mago a menudo aparece como una figura maligna y enfrentada al protagonista de la historia.

El dramaturgo Shakespeare presenta la magia ocasionalmente en sus obras como las tres brujas de “Macbeth” o el mago Próspero en “La Tempestad”. Ambos personifican a los practicantes de prodigios de la época: por un lado la bruja popular que realiza prácticas prohibidas para atormentar a los hombres y que se convierte en objeto de persecución entre los siglos XVI-XVII, por otro lado el mago que utiliza la magia como un arte académico y formalizado. De esta época procede también el personaje histórico del Dr. Fausto, que el escritor Goethe inmortalizaría como estereotipo del demonólogo que pacta con el diablo.

Ya en el siglo XIX, y sobre todo a partir del Romanticismo, la figura del mago va configurándose hasta alcanzar su configuración actual. El surgimiento de la literatura fantástica inevitablemente introduce la magia en sus escenarios, y en consecuencia, especialistas en su manejo. Desde entonces la lista de magos y brujas literarios se expande con figuras tan destacadas como Gandalf, Gavilán, Pug, Raistlin, Yaya Ceravieja, John Constantine, Tim Hunter, Harry Potter…en una serie interminable.


LA MAGIA EN EL CINE Y LA TELEVISIÓN

Aunque existen precedentes desde los inicios del cine, como en las películas mudas de George Méliès, de la misma forma que ocurre con la literatura, la figura del mago está predominantemente asociada al auge del cine fantástico y la adaptación cinematográfica de diversas obras literarias.

Las Mil y una Noches se convierten en el primer gran filón de éxito que introduce la magia en el cine. Desde la versión muda de “El Ladrón de Bagdad” (1924), y otras posteriores, no obstante no sería hasta Simbad y la Princesa (1958) y su éxito mundial, que inician un auge en el género y que permiten el surgimiento de otras películas, no tanto relacionadas con la magia en sí como con la mitología como “Jasón y los Argonautas” (1963), “El viaje de Simbad” (1974), “Simbad y el Ojo del Tigre” (1977) y “Furia de Titanes” (1981). La magia no es tan importante como los escenarios y criaturas de leyenda.

Las primeras adaptaciones de los mitos artúricos no se centran tanto en el aspecto mágico y fabuloso, sino en el caballeresco. “Excalibur” (1981), una adaptación de “Le Morte D´Arthur” de Sir Thomas Mallory, muestra una soberbia interpretación de Merlín (Nicol Williamson), enfrentado a la malvada Morgana (Helen Mirren), y es sin duda hasta la fecha una de las mejores, por no decir la mejor, de las películas sobre la mitología artúrica.

Pero sin duda, el ámbito cinematográfico más fructífero para la figura de magos y hechiceros ha sido el cine de animación, que pudo adelantarse a la imagen real a la hora de representar prodigios y actos sobrenaturales. La factoría Disney y su adaptación de los cuentos de hadas han proporcionado películas como Fantasía (con el cortometraje de El Aprendiz de Brujo), la Bella Durmiente, la Cenicienta, Merlín el Encantador, Taron y el Caldero Mágico, Aladdin y otras muchas. También de Disney, y mezclando animación, con imagen real e incipientes efectos especiales destaca “La Bruja Novata” o “Mary Poppins”, donde la figura de la hechicera es reinventada bajo un aspecto mucho más amable.

El desarrollo de los efectos especiales permitió la renovación del cine de ciencia-ficción y fantástico. En la década de 1980 destaca Willow (1988), que no sólo es una historia donde la magia juega un importante papel, sino que constituye un importante avance en la historia de los efectos especiales. Salvo producciones ocasionales, como las Brujas de Eastwick, las Brujas o el Retorno de las Brujas, no es hasta el año 2001 con el estreno de las primeras películas de la saga de “El Señor de los Anillos” y “Harry Potter” que el cine fantástico asiste a un nuevo período de popularidad, que permite la adaptación cinematográfica de numerosas obras literarias –con resultados diversos-, y en las que inevitablemente magos, hechiceros y brujas, hacen su aparición, bien como protagonistas o en un papel secundario.

Dentro de la televisión, la magia, salvo excepciones, aparece indisolublemente asociada al género fantástico. Curiosamente, en la pequeña pantalla resulta más exitosa la figura de la bruja que la del mago. Desde la comedia familiar “Embrujada”, que muestra a una ama de casa con poderes mágicos que interfieren en su vida cotidiana en la sociedad americana de la década de 1960, o la reciente “Embrujadas”, que a pesar de presentar a tres heroínas elegidas para combatir a las fuerzas del mal con su poder, no deja de presentar una visión “suavizada”.

(continuará)

Comentarios

Unknown ha dicho que…
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